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¿Por qué es importante la expresión de lo que sentimos?
En mi vida diaria tanto a nivel personal como en la terapia misma, me encuentro preguntando constantemente a los otros acerca de lo que sienten. Muchas veces algunos pacientes no saben identificar las emociones: dicen “no lo sé”, “o no siento nada” mientras sus ojos se ponen rojos ante un recuerdo doloroso que a mi me produce tristeza, o hasta puede llegar a angustiarme. Otras veces, las palabras no salen, hay ALEXITIMIA, pero la persona que tienes enfrente comienza a decir “me duele la cabeza, y siento que se me están moviendo las piernas” frente a un recuerdo que le provoca perturbación pero sigue sonriendo, por ejemplo y no puede ponerle nombre a lo que siente…
Vamos a intentar entender que son las emociones y porque es tan importante expresarlas…
Aclaro desde ya, sobretodo para los hombres que lean este post, que expresar las emociones es propio de los humanos que tenemos esa capacidad de poner en palabras lo que nos sucede y no propio de las mujeres, como nos han enseñado. Expresar las emociones no nos hace ni débiles, ni “nenazas” sino nos alivia, nos hace vincularnos con los otros, ayuda a que no las actuemos, nos libera de la opresión que podemos sentir u otras sensaciones físicas.
Daniel Siegel define a las emociones como “la sensación subjetiva de lo que sucede en el cuerpo”.
Para poder hablar de ello debemos introducir los hemisferios cerebrales y su función. El hemisferio derecho es la sede de nuestro ser emocional y social: en él creamos imágenes de nuestra mente y la mente de los demás; es más visceral y emocional.
Para comunicar ideas necesito del hemisferio izquierdo, más conceptual y analítico, se expresa en ideas y pensamiento racional. Ambos están comunicados y colaboran en integración bilateral u horizontal.
Un ejemplo de la predominancia de algunos de ellos seria por ejemplo: si puedo describir con imágenes dejando que aparezcan en la conciencia estaría actuando el hemisferio derecho: “veo los copos de avena como salen de la caja y van al tazón azul que sostengo con mis manos. Siento como crujen al chocar entre si. Me siento y noto que la luz del sol me da en los ojos”. El lado izquierdo empezaría a explicar en cambio:“cada vez que me levanto y voy a desayunar pienso que el croissant tiene grasa, que podría afectar a mi salud comer tanto bollo, y escojo los cereales, que no hacen tanto daño, son Light los que venden en televisión, aconsejados para dieta”.
El primero es podríamos decir más poético, vemos la imagen al narrarla; el segundo busca causas y efectos, prima la lógica.
Llevado el proceso a las emociones y su expresión el camino seria: se activa el hemisferio derecho donde se encuentran las imágenes somato sensoriales no verbales: “soy conciente de la opresión que siento en el pecho, la siento”. Luego se traduce por medio del hemisferio izquierdo al concepto de emoción buscando en “los procesadores neurales de los centros lingüísticos”: Puedo expresar abiertamente: “me estoy sintiendo angustiada”. Es el lado izquierdo del cerebro el que aporta el sentido y significado a los sentimientos y recuerdos.
Si no se diera esa integración, si prima el hemisferio izquierdo podemos encontrarnos con personas sumamente rígidas, racionales pero frías y distantes a nivel emocional.
Si la falta de integración se expresa siendo predominante el lado derecho, nos encontraremos a sujetos desbordados por sus emociones, muy pasionales e impulsivos, reactivos. En este último caso las personas se pueden ver abrumadas por imágenes autobiográficas fragmentadas o sensaciones corporales que le asustan. (como sucede cuando hemos vivido situaciones traumáticas no elaboradas, cuando se vienen a la mente las imágenes como fotografías que han quedado fijadas).
Utilizar palabras para describir el mundo interior ayuda a las personas que tiene dificultades para acceder a las emociones pero también a aquellas que necesitan equilibrar un sentimiento demasiado activo.
Este autor habla de la necesidad de “nombrar para dominar las emociones”.
Nuestros niños necesitan contar sus historias, porque les ayuda a entender sus emociones y los acontecimientos de sus vidas. A veces como adultos tendemos a evitar hablar de las situaciones dolorosas que pueden haber vivido. Las historias nos permiten dominar los momentos que sentimos que no controlamos.
Antes de ello debe estar el adulto dispuesto a sintonizar con las emociones que sienten los niños, para poder regularlas, calmando y luego ayudándoles a ponerle palabras.
Para los que estáis embarcados en el proceso de crianza os recomiendo el libro El cerebro del niño, Daniel Siegel. Editorial Alba. Os recomiendo también el libro Emocionario, que puede ayudarte a trabajar con tus hijos las emociones que sienten.
Te dejo aquí el link, que tiene actividades que te pueden ayudar: http://www.palabrasaladas.com/emocionario.htm
Si sientes que tienes alguna dificultad en expresar las emociones o regularlas (poder auto calmarte) produciéndote malestar como ansiedad por ejemplo, no dudes en consultarme…
Dibujo del libro Emocionario.
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“Relatos Salvajes” o el porque de la ira….
El otro día tuve el placer de poder ver una buena película en el cine: Relatos salvajes, película argentina escrita y dirigida por Damián Szifron (2014). Seis historias que nos hacen reír pero que son verdaderos dramas que dan cuenta de lo que podemos hacer con nuestra ira, y el deseo de venganza.
Una de las historias “El más fuerte”, cuenta muy bien como se enciende la ira en nosotros, llevando en este caso a una escalada de violencia destructiva en ambos protagonistas.
Soy experta en meter la pata y contar el final de las historias a los amigos que todavía no han visto el film, pero como he visto que estaba en la wilkipedia descripta, me tomo esa licencia:
“Diego Iturralde viaja por la ruta en la provincia de Salta en su lujoso coche, cuando se cruza con un viejo auto que le va cerrando el paso. Diego se le adelanta para seguir su camino y lo insulta tratándolo de «negro resentido». Cuando pierde rastro de aquel auto kilómetros más adelante, pincha un neumático y se ve obligado a parar en la banquina. Vuelve a cruzarse con el automovilista a quien había insultado, quien al verlo decide detener su auto delante del suyo. El conductor comienza a destrozar el auto de Diego. Tras pedidos de disculpa rechazados, la ira se apodera de él, arranca su auto y embiste el de su agresor, arrojándolo así por un barranco que derivaba en un río. El hombre logra salir y Diego comienza a perseguirlo con su auto, pero la rueda de auxilio, que no estaba bien ajustada, se suelta generando que el vehículo caiga también por el barranco. El hombre va a buscarlo para terminar con la vida de Diego y logra entrar al auto donde se genera una desenfrenada lucha…” (y esta vez no cuento el final).
Tod@s hemos sentido en algún momento en mayor o menor medida los signos físicos de la ira. Nuestro cerebro esta preparado para registrar si un estimulo puede considerarse una amenaza y evaluar el peligro. Si la conclusión es que no la hay, liberamos la tensión, los músculos se relajan y volvemos a estar como dice Daniel Siegel “receptivos”, la mente esta clara y tranquila, podemos utilizar nuestra parte reflexiva y racional.
Pero si en cambio la valoración es a favor del peligro, el estimulo pasa a ser relevante: “es malo”, “me está atacando” . Uno de los comportamientos que se activa (y es propio del mundo animal) es la posibilidad de la lucha. Nuestro sistema nervioso autónomo se prepara: el corazón late con fuerza, se dispara la adrenalina, se libera cortisol en sangre (la hormona del estrés) y ya estamos preparados para la acción. Si ponemos en palabras las emociones en juego son de ira, impotencia, rabia, miedo, frustración. En ese momento, ya estamos en modo automático, es decir no pensamos, somos pura reacción, nuestra ventana de tolerancia es estrecha, lo que significaba que por ejemplo antes contábamos hasta diez, o respirábamos hondo, y ahora esas estrategias ya no sirven, ya el mecanismo se ha disparado, solo queda explotar.
En la escena descripta más arriba vemos a Diego indefenso dentro del coche, pidiendo disculpas, un poco invadido por el miedo, otro poco porque se capacidad reflexiva funciona todavía. Pero luego se dispara y ambos ponen el automático en una lucha por destruir al otro. Daniel Siegel habla de cómo se anula en ese momento la “flexibilidad de respuesta” que permite insertar un intervalo temporal entre el estímulo y la respuesta. Esa capacidad es una parte importante de la inteligencia emocional y social. Nos permite ser plenamente conscientes de lo que sucede y refrenar nuestros impulsos a tiempo para elegir la mejor respuesta. También expresa que se anula la “conciencia moral” entendiéndola el autor como la capacidad de pesar y de actuar para el bien común o la sociedad. ( D Siegel, 2011).
Volvamos más atrás en la escena, en el origen, y donde se dispara la escalada. En la carretera y cuando se cruzan por primera vez Diego y quien será su agresor, el primero reacciona insultándolo ante su mala conducción con un “negro resentido”.
Me imagino a este hombre con una conversación interna en su mente, la rumia mental (encadenamiento de pensamientos dañinos) que le lleva a que el proceso físico se inicie. Me lo imagino en un monólogo interno como: “que se cree este porteño, todos son iguales vienen a pasarme por encima, creo que soy poca cosa por ser de provincia, llamarme negro a mí…(recuerdos que se vienen de cuando otros lo han hecho por ejemplo, burlándose de él en la escuela, hasta insultos de su propio padre, o comparaciones con sus hermanos).
Podríamos pensar que Diego ha puesto el dedo en la llaga, en alguna historia de su pasado, que quedo allí incrustada y no resuelta, donde lo hicieron sentir pequeño, poca cosa, siendo tal vez desvalorizado o humillado. Tal vez no tuvo muchas posibilidades en su historia de canalizar las emociones (legítimas) que el ser tratado así le genero, de otra manera, por ejemplo expresarlas, sentirse apoyado por un adulto protector, desarrollar habilidades de comunicación de sus emociones y ser asertivo pudiendo poner los limites en otras situaciones a través de las palabras.
Seguramente de niño aprendió a guardar la tristeza que tenia y no sacarla en forma de llanto, porque le transmitieron que los hombre no lloran, o presencio modelos de resolución de conflictos donde el uso de la fuerza era la estrategia natural. Esto quedo guardado en su cerebro y cada vez que se sienta amenazado o en peligro volverá a dispararse el mecanismo de la ira. (En este caso concreto no, porque no le han quedado posibilidades, la ira puede ser destructiva y generar daño, pero mejor no lo cuento por respeto a los amigos…)
¿Qué podríamos hacer si fuese posible para ayudar al protagonista?. Por un lado, dotarlo de estrategias de control, aprendiendo a registrar las sensaciones que su cuerpo le envía, antes de que el “modo reactivo”, automático, ya este disparado (y sólo quede explotar). La estrategia de “tiempo afuera” podría ayudar por ejemplo, si en ese momento la persona con quien interactúa pasa a estar en riesgo. La retirada de la escena a tiempo podría evitar el daño. Por otro lado tendría que aprender a autorregularse, como bajar esas sensaciones corporales por ejemplo, a través de un esfuerzo físico (salir a correr), u otras estrategias que lo contacten con la calma y la tranquilidad. Pero lo más profundo seria poder detectar que del pasado lo ha disparado, volver a procesar e integrar esas escenas dolorosas, traumáticas en donde aprendió a sobrevivir por medio de la descarga de la agresividad. Esto implica un trabajo terapéutico con otro, que repare en el vínculo y ayude a elaborar esas historias en vez de actuarlas. “Poder reflexionar sobre esas experiencias con cierta distancia, y con una apertura, una observación y una objetividad que entonces no había tenido. Poder ver como esas episodios reactivan recuerdos muy profundos que explican la reacción. (D Siegel, 2011). Recuerdos del pasado pueden aparecer para redirigir nuestra conducta. Esas asociaciones pueden hacernos reaccionar de manera automática.
Ya sabes, si te sientes identificad@ con esta manera de reaccionar, si tienes miedo de hacer daño porque no lo controlas, si detrás de ese ataque que te hace sentir poderoso hay un niño humillado, castigado que se siente muy pequeño, no dudes en buscar ayuda de un profesional psicólog@. “Los momentos difíciles de nuestra vida se pueden convertir en oportunidades para obtener una comprensión más profunda de nosotros mismos y de nuestra conexión con los demás.”(D Siegel, 2011).
Recomiendo a Daniel Siegel, “Los crepes de la ira”, en Mindsight: la nueva ciencia de la transformación personal. (Paidos, 2011).
Imagen del cartel de Relatos Salvajes.