BY: Marcela Lockett
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Hoy, 25 de noviembre, día de la eliminación de la violencia contra la mujer, me gustaría compartir desde mi lado más creativo, una historia escuchadas de una de las protagonistas que ha logrado dejar la violencia atrás. En homenaje a todas las supervivientes y animando a aquellas que se encuentran en el camino de encontrarse a si mismas, comparto con vosotras este relato.
«Maquetas»
Maqueta: «reproducción física y a escala, en tres dimensiones, por lo general, en tamaño reducido, de algo real o ficticio”.
Siempre tuvo una obsesión por las maquetas.Yo no podía entender como de esas cajitas que contenían innumerables y minúsculas piezas, como partes sagradas de un puzzle a encajar, podían salir grandes mansiones, con habitaciones espaciosas y llenas de luz; o tal vez humildes casas pero vivas, llenas de colores, como habitadas por familias felices que disfrutaban de la vida del campo y el sonido de los pájaros. (Esto yo me lo imaginaba tan solo con ver las imágenes de esas cajas, que tan cuidadosamente selladas, como bloques, formaban parte de nuestro estantes).Cuando comenzamos a convivir y noté que las cajas comenzaban a apilarse por tamaño, de menor a mayor, cuando llegue a contar ciento cincuenta en los estantes, me anime a preguntarle por su tesoro. Me dijo que de niño comenzó esa afición, ante un regalo de su madre en su séptimo cumpleaños.
Recuerda ese día, cuando con mucha emoción rompió el envoltorio, y comenzó a respirar el olor a madera fresca del bosque. Acto seguido cogió las pinzas, cuan cirujano experimentado, tratando con delicadeza las piezas que se iban desplegando ante sí. Luego solo recuerda el ruido y el dolor del cachetazo que le dio su madre, cuando una pieza resbalo por sus dedos, según él por su torpeza, (yo diría por el miedo que esa mujer le infundia),y prefirió guardar todo con sumo cuidado, para condenarlo al eterno olvido, pero a la vez a la existencia inmortal de lo no nunca acabado. Así fue como empezó todo.
Delante mío, pocas veces se animo a intentar armarlas. Yo solo observaba el temblor de sus manos, el sudor de su frente, como si se tratase de vida o muerte, de desarmar una bomba que podría destruir la existencia de todos, la terrible tarea de hacer encajar pieza con pieza. Cuando por una mala jugada del destino, una de ellas volvía a caer, como esa primera pieza fundante, me temía lo peor, los gritos se desencadenaban cuan tornado y yo escuchaba como desde lejos, en otra dimensión, con mi vista nublada, como una especie de ensoñación: “tu eres la culpable mujer, me has puesto nervioso como siempre”. Yo corría disimuladamente a la cocina para evitar el conflicto, me hacia pequeñita para pasar desapercibida y cuando el silencio lo inundaba todo, me animaba a regresar al salón. Las piezas estaban en el suelo: estrujadas, partidas, dañadas, violentadas, como si un gigante hubiese utilizado sus manos como una masa. Para mi suerte, él ya no estaba.
Un día, me encontré pidiéndole perdón, ya no recuerdo porque, podría ser porque amaneció nublado o lloviendo, su jefe le había mirado con mala cara o le había ignorado, o simplemente porque uno de los niños había amanecido malito, con 39 de fiebre, o estaba lleno de vida y no paraba de andar, correr y saltar…Me dijo seriamente, que esta bien, que lograría su perdón, que lo dejaría pasar esta vez pero solamente si iba hasta una tienda histórica en las afueras de Madrid, donde estaba la maqueta que deseaba, le sacaba una foto al escaparate, y le traía el catálogo actualizado. Ante mi pregunta, me dijo que no, que no le compre nada, porque claro “yo no sabia de esas cosas y todo lo haría mal, como siempre”. Así lo hice, como un penitente en procesión de Semana Santa, como muchas otras veces, cargue a mis niños en mis hombros, cogí el tren de cercanías y tras una hora y media de viaje llegue a la tienda para cumplir con mi promesa, satisfaciendo a ese niño déspota que llevaba en su interior.
Ahora las maquetas, se han multiplicado, puede que duplicado,o triplicado, siguen apiladas de manera meticulosa, seguramente clasificadas, catalogadas, registradas, ordenadas por serie, por fecha de fabricación, en los estantes de la casa de su madre… intactas, sin ser tocadas. En mis estantes ahora solo hay juguetes de niños, de niños de verdad, mis hijos. Hay pelotas rojas y amarillas, osos esponjosos, trenes de madera, cochecitos de carreras, más peluches suaves, tiernos, achuchables. Despliegue de vivos colores, formas y texturas variadas y agradables, fáciles de alcanzar, fáciles de tocar y de sentir, suficientes para llevarme a esa casa humilde pero viva donde ahora puedo escuchar el sonido de los pájaros cantando.