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Reflexionando sobre nuestros vínculos de apego adulto
Retomando el post anterior, voy a mencionar aquellos apegos donde esa sintonía necesaria de la que hablaba, de parte del adulto no se ha dado satisfactoriamente:
–apego evitativo (o “distante” en el adulto) historias de vínculos donde el adulto no ha estado disponible y no ha respondido de manera cariñosa. Para poder sobrevivir a ello, estos niños ya de adultos, minimizan la importancia de las relaciones interpersonales y la comunicación de emociones. Esta actitud minimizante puede haber sido muy adaptativa para niños/as criados en un desierto emocional. Suelen ser personas que narran “he sido muy independiente de muy pequeño”, por ejemplo.
–apego ambivalente (o “preocupado” en el adulto) un tipo diferente de adaptación ocurre en respuesta a una vida familiar con padres inconsistentemente disponibles, lo que puede producir una sensación de ansiedad acerca de si se puede o no depender de otros. Estos niños han sentido un sentimiento de incertidumbre, por eso de adultos se encuentran preocupados por los vínculos que establecen.
Puede ser experimentado como una desesperada necesidad de otros y una simultánea desazón al sentir que las propias necesidades nunca serán satisfechas. Son adultos demasiado preocupados en las relaciones, con temor a ser dejados, muy marcados.
–apego desorganizado: (o “irresuelto” en el adulto) cuando de niños hemos vivido situaciones donde aquella figura de apego que debía protegernos, era a la vez fuente de terror o miedo, actuando de ambos modos de manera alternativa e impredecible, puede llevarnos de adultos a la sensación de desconexión y desconfianza con los otros y con la propia mente.
Halla cual haya sido nuestra historia infantil, lo importante es el sentido que le damos a nuestras historias. Si de adultos hemos llegado a comprender nuestra vida, nuestras experiencias infantiles y su impacto, las emociones de ira, pena, rabia, miedo, el dolor mismo ha quedado en el pasado, podremos criar hijos con apego seguro.
Las relaciones, tanto personales como terapéuticas, parecen ser capaces de
ayudar a los individuos a desarrollarse desde un funcionamiento de la mente incoherente (inseguro) hacia un funcionamiento más coherente (seguro).
Para saber si estás en ese punto o sería bueno que consultes a un profesional puede ayudarte hacerte estas preguntas:
¿Hay situaciones de tu pasado que son particularmente difíciles de pensar por que te angustia o te hace sentir mal?
¿Te dices a menudo “no me gusta pensar en mi niñez” o “no recuerdo gran parte de mi infancia” o “creo que ha sido una infancia feliz” pero a la hora de dar ejemplos concretos no se te ocurre ninguno más que por ejemplo el festejo de algún cumpleaños ?.
¿Crees que a la hora de relacionarte con tus hijos, esas situaciones que has vivido siendo niño o adolescente, influyen en tu relación con tu hijo/a?
¿Tienes la sensación de que hay una cuestión profunda, tal como temor a acercarte a un otro, una sensación de no valía o de ser defectuoso, angustia ante la indefensión de tu hijo/a, temor o preocupación por si el otro estará o te dejará solo, que puede estar afectando la relación con su hijo/a o con otras personas?
¿Sientes que hay cuestiones irresueltas de pérdidas o trauma en su vida?
¿Crees que puedan estar influyendo en tu experiencia interna de quien eres y sobre tu manera de vincularte?
¿Te encuentras tratando de no comportarte de ciertas maneras a causa de lo que te sucedió cuando niña/o? ¿Hay cosas que te gustaría cambiar pero no puedes hacerlo porque te sale de manera automática? (por ejemplo explotar a la hora de ponerle límites a tus hijos).
¿Qué te gustaría cambiar de cómo te ves a ti mismo y de cómo te relacionas con los demás?
Estas preguntas te ayudarán a decidir si es hora de que pongas manos sobre el asunto y comiencen a trabajarlo, con la ayuda de un vínculo seguro con un psicoterapeuta. No dudes en consultar si es tu caso.