10 Sep 2016

BY: admin

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En algún post anterior escribí acerca de lo que necesita un niño para crecer sanamente. Allí introduje el concepto de la figura de apego: un adulto disponible para el niñ@  (cualquier adulto puede cumplir esa función, no tiene por qué ser los padres biológicos) que sea estable en el vínculo, generando seguridad y tranquilidad para aprender y relacionarse con el mundo que le rodea, que le permita al niñ@ alejarse un poco de él, para explorar, pero volver y encontrarlo dispuesto.

Fue Bowlby el que introdujo este concepto definiéndolo de la siguiente manera: “la conducta de apego es cualquier forma de conducta que tiene como resultado el logro o la conservación de la proximidad con otro individuo claramente identificado al que se considera mejor capacitado para enfrentarse al mundo. Esto resulta obvio cada vez que la persona es asustada, fatigada, o enferma, se siente aliviada en los consuelos y cuidados… Saber que la figura de apego es accesible y sensible le da a la persona un fuerte y penetrante sentimiento de seguridad, y la alienta a valorar y continuar la relación…. La función biológica que se le atribuye es la de protección.”

Esta función incluye la de regular las emociones del recién nacido, ya que no nacemos con esa capacidad. Necesitamos de un otro que interprete nuestro llanto, entone afectivamente calmándonos (pero no asustándonos, por ejemplo, y menos ignorándonos o restándole importancia). Otro autor, Fonagy (1999) expresa al respecto: “en estados de activación incontrolable, el infante irá a buscar la proximidad física con el cuidador  con la esperanza de ser calmado”.

Para ello el adulto que cumpla esa función debe estar “en sintonía con el niñ@”, conectado al niño para poder entender que necesita y satisfacer sus necesidades afectivas, de cuidado y calmarlo.

El otro día en sesión, una madre que ha tenido dificultades con sus hijos en la crianza, me decía que le gustaría saber “que ha hecho mal” como madre, señalando una serie de acciones que ella consideraba importante como parte de la crianza.

Lo primero que se vino a mi cabeza fue su propia historia, y sus propios vínculos de apego, los cuales no habían sido satisfactorios. Tiendo a pensar que “lo hizo de la mejor manera posible”, teniendo en cuenta lo que ella había vivido, y como estos patrones de apego, manera de estar con los otros, son guiones que llevamos con nosotros.

Estos guiones comienzan a formarse en los primeros meses de vida y se enriquecen, remodelan a lo largo del ciclo vital. Las primeras experiencias de apego de un individuo preparan el camino para todas las relaciones futuras. A lo largo de toda nuestra vida establecemos relaciones de apego, no sólo cuando somos niños, por ejemplo con nuestras parejas, las relaciones de intimidad también son de apego. Nos acompañan como modos de “estar con” los otros, forman parte de nuestra memoria procedimental, es decir, que no son conscientes. Siempre pongo el ejemplo que una persona, ante alguien a quien conoce o es su amiga, puede con el cuerpo al saludar señalar cierta distancia, más frialdad en el vínculo y no ser consciente de ello, es algo que le sale espontáneamente. Que sean automáticos, no significan que sean inamovibles, pueden cambiar con experiencias distintas o con trabajos de autoconocimiento, como el terapéutico.